Agustín Squella

Entrevista a profesor Agustín Squella: “Pluralismo y calidad: Las mayores fortalezas de nuestra escuela”

El destacado docente de nuestro plantel, abogado, doctor en Derecho, periodista, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2009 y Ciudadano Ilustre de Valparaíso, repasa su vocación y paso por esta Escuela, a la que llegó cuando tenía 18 años “y de la que no he salido jamás”.

P: Cuando era joven, ¿cómo se dio cuenta que quería estudiar Derecho?

R: Lo que quería estudiar era literatura. O periodismo. Porque hasta hoy, una novela me produce más atracción y deleite que un código, y escribir una columna para el diario, más que un sesudo artículo académico. Pero mi padre estaba empecinado en que yo fuera ingeniero, no obstante que mi rendimiento en matemáticas en el colegio había sido siempre deplorable. De manera que al final, transamos en Derecho, algo inconcebible ahora, puesto que, por fortuna, ningún joven tiene que negociar con sus padres la carrera que estudiará. Sin embargo, tuve la suerte de dedicarme a la actividad académica y de enseñar en nuestra Escuela la asignatura que más se parece a la literatura: Filosofía del Derecho.

P: ¿A su juicio, qué características debería tener una persona que desea convertirse en abogado?

R: No es una cuestión de características, sino de vocación. Además, a una Escuela de Derecho se va a estudiar Derecho, no abogacía, puesto que ésta, si bien la más frecuentemente elegida por los estudiantes una vez que reciben el grado de Licenciado y obtienen el título de abogado, es sólo una de las profesiones jurídicas. No pocos escogen ser jueces, o profesores de Derecho, que son también profesiones jurídicas que exigen el título de abogado, pero que no tienen que ver directamente con la abogacía ni suponen el ejercicio de ésta, sino que, como en el caso de los jueces, más bien la excluyen. Lo que yo diría a los jóvenes que se deciden a estudiar Derecho es que no tienen por qué decidir a los 17 o 18 años si más adelante se desempeñarán como abogados, como jueces, como profesores de derecho, como diplomáticos, como políticos o como empresarios, puesto que estudiar Derecho, junto con habilitar para las profesiones jurídicas, permite desempeñarse mejor en áreas no estrictamente jurídicas. Es mejor estudiar Derecho y no anticipar la determinada profesión jurídica o de otro tipo que se ejercerá una vez obtenido el título de abogado, porque ya está dicho: el título a que conducen los estudios jurídicos es el de abogado, pero ésta no es la única profesión jurídica que puede ejercerse una vez que se ha conseguido ese título.

P: ¿Por qué eligió la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso para estudiar su carrera?

R: Una intuición me llevo hacia ella, luego plenamente confirmada, a saber, la de que encontraría allí un clima intelectual libre, pluralista, tolerante, diverso. Yo venía de un colegio particular católico bastante bueno –el Seminario San Rafael-, homogéneo en todo sentido, aunque menos que otros colegios particulares de la época, y elegí la universidad pensando o intuyendo en que lo que correspondía, y corresponde siempre, es ampliar los campos de mira y no angostarlos. Hay Escuelas de Derecho que, de una u otra manera, ponen anteojeras a los jóvenes desde el primer día de clases, y ese no es el caso de la nuestra. Todo lo contrario.

P: ¿De qué manera le ha repercutido en su vida profesional el ser abogado de la Escuela de Derecho de la UV?

R: Llegué a la Escuela cuando tenía 18 años y no he salido jamás de ella. Allí he vivido mis mayores alegrías laborales y creo que lo que he podido realizar en el campo de la filosofía jurídica –nada tampoco muy relevante- lo debo casi por completo a quienes fueron mis compañeros de estudio, a quienes han sido mis alumnos por 40 años, y a quienes han sido y son hoy mis colegas en la tarea de colaborar en la formación jurídica de los jóvenes que continúan llegando al hermoso edificio de la avenida Errázuriz. Mucho debo también a antiguas y actuales autoridades de nuestra universidad, facultad o escuela, como es el caso de Oscar Henríquez, Italo Paolinelli, Juan Carrasco, Mario Contreras y Renato Damilano, aunque el profesor que mayormente me influyó fue esa persona enteramente única llamada Carlos León Alvarado.

P: ¿Qué fortalezas y particularidades diría Ud. que tiene esta Escuela en relación a otras que imparten la misma carrera?

R: Su fortaleza es el pluralismo y también la calidad, aunque tanto respecto de aquél como de ésta no hay que dormirse en los laureles. En nuestra Escuela no se dice a los alumnos qué deben pensar, sino que se procura crear, mantener y renovar condiciones para que los jóvenes lleguen a formarse por sí mismos sus propias convicciones. Y en cuanto a la calidad, tenemos muchos nombres sobresalientes en el pasado –nombres de profesores que por haber escrito obras importantes para estudiantes han ejercido influencia en muchas generaciones de alumnos de Derecho a lo largo de todo el país- y, en cuanto al presente, contamos con un grupo cada vez más numeroso y cohesionado de jóvenes profesores e investigadores, todos con doctorados o en vías de obtener ese grado en el futuro próximo, y cuyos niveles de compromiso y lealtad con la Escuela son muy altos.

P: ¿A qué atribuye que la Escuela de Derecho UV no solamente se destaque a nivel regional sino que también nacional e internacional?

R: A la calidad general que tiene y a la excepcional de algunos de sus antiguos y actuales profesores, especialmente aquellos que escriben y publican con regularidad y que participan también en debates académicos públicos, entendiendo que la universidad no se reduce a la sala de clases. El que nuestra Escuela tenga hace más de 50 años un sello editorial y una imprenta constituye también un factor muy relevante para su presencia nacional e internacional, porque el catálogo de libros, folletos y revistas que ha publicado “Edeval” es algo difícil de encontrar en otra Escuela de Derecho nacional o extranjera. También ha colaborado el hecho de que nuestra Escuela, desde siempre, incluidos los años negros que transcurrieron entre 1973 y 1990, haya sido un lugar de encuentro y libre discusión de ideas jurídicas, políticas, científicas y filosóficas, al que han llegado muchos profesores chilenos y extranjeros, quienes han valorado que exista y se haya preservado un ámbito académico de esas características.

P: ¿Cómo definiría a su cuerpo docente?

R: Una buena combinación de diversidad: de generaciones, de disciplinas, de dedicación horaria, de creencias, de orientaciones. Y una cierta amistad universitaria, en la que tampoco falta la virtuosa práctica del sentido del humor, unida a un efectivo y constante compromiso con las tareas de la Escuela. Un compromiso al que no es ajeno un personal administrativo y de servicios que trabaja siempre muy duro para que las cosas marchen bien.

P: ¿Por qué razones recomendaría a un joven egresado de cuarto medio a estudiar en la Escuela de Derecho en la Universidad de Valparaíso?

R: Para que inicie su formación jurídica en un lugar que garantiza calidad, pluralismo y el necesario grado de exigencia que demandan los estudios de nivel superior. Porque otra característica de nuestra Escuela es que no transa en cuanto al nivel de exigencias que deben tener los estudios que por algo se llaman “superiores”. Una exigencia, por lo demás, que se ejerce a favor de los propios estudiantes, proporcionándoles instrumentos que les ayuden también a autoexigirse, puesto que educarse nunca ha sido fácil, salvo a nivel de un parvulario, y, por lo mismo, hay que tener siempre claro que las metas se consiguen con esfuerzo, con disciplina, con rigor, y no con pereza, lasitud ni distracciones. Elegir la universidad es elegir la exigencia, y nada mejor que aprender desde temprano a autoerigirse. Hacerles las cosas fáciles a los jóvenes que ingresan a la universidad es hacerles el peor de los favores, aunque, claro, tampoco se trata de hacérselas difíciles por puro gusto, sino de respetar el exacto nivel de exigencia –siempre alto- que tienen, por su propia naturaleza, los estudios universitarios. Recomendaría nuestra Escuela a cualquier joven, asimismo, porque en ella encontrará no sólo a buenos estudiantes de Derecho, que constituirán un estímulo para él, sino a jóvenes, de su misma edad, que se comprometen con talento y perseverancia en actividades cinematográficas, literarias, de humanidades, de debates, de derechos humanos, sociales, etc, aprendiendo de esa manera la lección del procesalista uruguayo Eduardo Couture: “Aquel que sólo sabe Derecho no sabe ni siquiera Derecho”.

P: ¿Qué mensaje les daría a aquellos jóvenes que todavía están indecisos respecto a elegir dónde estudiar Derecho?

R: Que se informen bien no sólo acerca de las universidades a las que podrían entrar, sino también sobre cuál es la situación real de sus escuelas de Derecho, porque no siempre hay equivalencia entre la calidad general que exhibe una universidad y aquella que ostenta su escuela de Derecho. Interesa mucho cuál es la calidad de esta última, porque es allí donde el alumno recibirá su formación jurídica, y una manera de saber acerca de la calidad es fijándose en si la carrera está acreditada y por cuántos años. La acreditación da una pista seria y relativamente cierta acerca de qué te vas a encontrar cuando te matriculas en una determinada carrera universitaria. Les diría también que eludan las universidades confesionales o a la medida, y que se atrevan, lo mismo que sus padres, a asumir que una universidad no puede ser un centro de adoctrinamiento ideológico en ningún sentido, ni religioso, ni político, ni filosófico, ni científico. Es el contacto con la diversidad lo que para un joven resulta a la larga más formativo, aunque esa diversidad pueda producirle, en un primer momento, un cierto grado de desconcierto y perplejidad. Pero es a partir de la perplejidad, del asombro incluso, cómo cada cual debe construir su propio camino hacia el conocimiento. Max Weber decía que la universidad no es lugar ni para profetas ni para demagogos. Los primeros –los profetas- creen estar en posesión de la verdad, mientras que los segundos –los demagogos- trivializan las verdades, aunque unos y otros se encuentran en un punto muy peligroso: siempre tratan de llevar agua a sus molinos, pastoreando a los jóvenes, o intentando hacerlo, en dirección a sus propias ideas. Lo peor a que puede aspirar un profesor universitario es a tener dóciles y obedientes seguidores. Y en cuanto a los demagogos, otra de sus perversas características es que suelen aprobar a todos sus alumnos, o a casi todos, con nota 7, en un afán por ganarse el favor de éstos no por sus conocimientos y solvencia intelectual, sino por los regalos que están dispuestos a hacer.

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